Si
bien no en la sustancia aunque sí en la forma, la lucha del
proletariado contra la burguesía es al principio una lucha nacional. El
proletariado de cada país debe en primer lugar saldar cuentas con su
propia burguesía, por supuesto ( ...). Los trabajadores no tienen
patria; así pues no podemos arrebatarles lo que no tienen . Puesto que
el proletariado debe ante todo adquirir la supremacía potencial, debe
ponerse en pie para convertirse en la clase más importante de la nación ,
debe constituir la nación misma, el proletariado es en cierto sentido
nacional, aunque no en el sentido burgués de la palabra (...).¡
Trabajadores del mundo unios !
MARX Y ENGELS, El Manifiesto comunista
Artículo escrito por Luis Roca Jusmet
Como
dice el imprescindible Wallerstein, ningún documento refleja mejor la
ambivalencia central del mundo moderno en relación con la identidad
nacional y mundial que el anterior. De lo que se trata entonces es de
saber cómo se concreta hoy en la sociedad tardocapitalista globalizada
este mensaje que hay que situar siempre históricamente.
Independientemente de que algunas reivindicaciones de los pueblos que se
ven privados de libertades culturales específicas sean justas
(empezando por la lengua) no pienso que el comunitarismo, el
nacionalismo o el multiculturalismo deban ser una bandera de la
izquierda. Por el contrario, considero que hay que recuperar como
alternativa un viejo término, el de cosmopolitismo, tal como nos propone
un filósofo contemporáneo de ascendencia africana, Kenenth Appiah. Su
crítica al multiculturalismo, extensible al nacionalismo, es la de
basarse en la cultura como eje identitario básico. Las particularidades
culturales (entre ellas la lengua) hay que defenderlas en la medida que
las personas quieren mantenerlas y potenciarlas, no como algo bueno en
sí mismo. Pero estos rasgos culturales no forman conjuntos homogéneos,
ya que las influencias que tenemos cada uno de nosotros son diversas y
nosotros mismos podemos organizarlas o modificarlas en nuestra dinámica
vital subjetiva. Una propuesta transformadora de la sociedad debe
incluir esta defensa de la libertad individual y del respeto a la
autonomia personal por encima
de supuestas identidades culturales.
de supuestas identidades culturales.
Cuando
identificamos la identidad (personal o social) con una cultura
específica nos olvidamos de que la identidad cultural no es nunca
homogénea con respecto a nosotros mismos ni al grupo al que la
adscribimos. La identidad personal la construimos socialmente a partir
de rasgos culturales diversos, cada uno de los cuales nos vincula a un
grupo diferente. Aquí únicamente podríamos excluir, y también
relativamente, las sociedades realmente tradicionales, que cada vez son
más extrañas en el mundo globalizado en que vivimos. Quizás un ejemplo,
por sus condiciones peculiares y excepcionales, podría ser el pueblo
saharaui. Pero en el marco de los países que se dan en el
tardocapitalismo globalizado, hemos de defender un margen de elección
desde nuestra autonomía personal. No para elegir cualquier identidad,
que es imposible, sino para disponer de la capacidad de priorizar entre
los rasgos culturales que de manera simultánea nos conforman como
sujetos. Es decir, que todos tenemos una raíz cultural diversa que vamos
transformando, voluntaria o involuntariamente, de manera dinámica.
Podemos elegir cambiar de creencias, de valores o de hábitos, ya que la
identidad originaria nos condiciona pero no nos determina.
El
filósofo y economista de Amartya Sen lo ejemplifica muy bien en su
estudio de la sociedad india, que es totalmente diversa y que se
presenta falsamente como una civilización homogénea. Un indio puede ser
musulmán y pertenecer a una etnia específica diferenciada de otro indio,
que a la vez puede ser budista, ateo o cristiano. Veamos cómo en este
ejemplo ni aparece el hinduismo, que sería la religión “propia” de la
India. Un marroquí puede tener en común la religión con un pakistaní o
con un español aunque las lenguas y otros rasgos culturales sean
diferentes. Sen nos avisa de los peligros que derivan de la ilusión de
una identidad cultural colectiva única, ya que conducen al sectarismo y,
en el límite, a la violencia. Lo hemos visto en Ruanda y en Bosnia.
Pero aún alejándonos de estas legitimaciones de la violencia podemos
constatar que también los que se presentan como víctimas pueden esconder
oscuros intereses. Tomemos por ejemplo el caso del Dalai Lama, que dice
que China comete un genocidio en el Tíbet porque quiere destruir “la
lengua, la religión y la cultura del pueblo tibetano” y analicemos en
detalle esta afirmación a partir de los tres elementos que formula. La
lengua es un rasgo cultural importante pero no definitorio de una manera
de ser. Es totalmente denunciable el pretender reprimir una lengua pero
es un exceso injustificable identificar la represión de una lengua con
el genocidio cultural. Por otra parte identificar un pueblo con una
cultura y a ésta con la religión es falso y peligroso. Finalmente cuando
habla de cultura, excluyendo la lengua y la religión ¿qué es lo que
queda?
Un
sociólogo crítico, Gerd Baumann analiza en un libro excelente llamado
“El enigma multicultural” que la identidad cultural únicamente se
sostiene en la religiosa, la étnica o la nacional y que las tres son muy
problemáticas ya que se constituyen básicamente sobre identificaciones
imaginarias. ¿Y que pasa cuando alguien no se identifica con esta
identidad que se atribuye a la comunidad en la que se le sitúa?: pues
que quedaría excluido de la comunidad y se le llegaría incluso a
considerar un traidor.
Muchas
veces cuando hablamos de tradiciones entendemos la cultura de una
manera esencialista, como un conjunto de prácticas que se transmiten
estáticamente por generaciones y que hay que conservar. La realidad
cultural es mucho más compleja y más abierta y mejor entender la cultura
como una realidad viva, en constante creación y transformación, como
muy bien nos mostró el filósofo griego-francés Cornelius Castoriadis. La
tradición lo es siempre de algo, que puede ser una creencia o una
práctica pero creo sinceramente que no hay ni creencias ni prácticas
absolutas en ninguna de las naciones actuales. Más bien estas supuestas
tradiciones se promocionan artificialmente para reforzar la propia
ideología nacionalista. La lengua hay que mantenerla en la medida que
los sujetos parlantes, es decir las personas quieran hacerlo pero es muy
discutible identificar la lengua con la cultura y ésta con la nación,
como suelen hacer de hecho los nacionalistas, envolviéndola en un
retórica culturalista más amplia ( tradiciones, creencias, costumbres)
que resulta difícil de especificar como algo común del colectivo del que
se habla. Es la idea romántica de nación que hereda la fuerza emocional
de la religión para dar cohesión a la comunidad. Pero ¿no es otro tipo
de cohesión la que es deseable desde la ciudadanía democrática? No es
el ideal de ciudadano autónomo y a la vez cooperativo, que es capaz de
vincularse a la sociedad desde su creatividad, que recoge a la vez lo
que es propio y lo que es común ?
Algunos
autores comunitaristas, como Charles Taylor, han sostenido que
centrarse en lo individual significa olvidar nuestro horizonte social y
caer en una concepción atomista que lleva a posiciones políticas
individualistas, en el peor sentido del liberalismo. Esto no tiene
porque ser así porque también podemos afirmar la dimensión social del
hombre desde este punto de vista cosmopolita sin orientarla en un
sentido culturalista, buscando los elementos comunes y respetando las
diferencias. Y no dejemos la defensa de la libertad individual en manos
de los liberales, porque la mayoría la defienden únicamente de manera
retórica y es la izquierda la que también ha de asumir su defensa en
equilibrio con la defensa de otros principios como la igualdad.
Pero
en el respeto a las diferencias hay que señalar dos matices
importantes. El primero es que el respeto es, como dice el sociólogo de
izquierdas Richard Sennet, un trabajo activo, expresivo de aproximación
al otro. Slavoj Zizek ya nos ha advertido de que la ideología
políticamente correcta de la tolerancia hacia la diferencia es en cierto
modo una manera una manera de justificar la distancia hacia el Otro. A
este Otro, que es el extranjero, lo toleramos pero manteniendo las
distancias y desde la superioridad del que cree que tiene una visión
amplia frente a los que están limitados por sus tradiciones culturales.
La propia curiosidad hacia el exotismo de este Otro es la otra cara de
la misma moneda. Lo segundo que hemos de señalar es que este respeto,
cuando es aceptación de la diferencia, es más que tolerancia. Pero
también tiene unos límites, que son precisamente la reciprocidad y la
democracia. Reciprocidad quiere decir que ni respetamos ni toleramos las
conductas ni las creencias que se basan en el no respeto hacia el otro.
Ni tampoco las posturas antidemocráticas, en el sentido fuerte de la
palabra, del que nos hablan autores como Charles Tilly, Jacques
Rancière, Immanuel Wallerstein y Cornelius Castoriadis. Para Tilly y
Wallerstein la democracia es la lucha de los sectores populares, de los
trabajadores, de las mujeres, para tener acceso al poder político, a la
capacidad de decisión sobre los asuntos públicos. Para el filósofo
francés Jacques Rancière la democracia es que cualquiera puede decidir
sobre los asuntos públicos, que la emancipación pasa por el desarrollo
de las capacidades de todos, entre las cuales está su capacidad
política. Para Castoriadis la democracia sólo es posible si hay
participación autogestionaria, por un lado, y autonomía personal por
otro. En este sentido no merecen ni respeto ni tolerancia las teorías
elitistas y jerárquicas que plantean que sólo una minoría tiene acceso a
los mecanismos decisorios, al poder. La lucha de la izquierda debe ser
por que todos seamos capaces de realizarnos en todos los ámbitos y debe
ser la sociedad la que ponga los medios para hacerlo.
La
sociedad globalizada es un hecho y cumple la previsión de Marx de que
el capitalismo rompe todos los vínculos comunitarios anteriores
(étnicos, familiares, corporativos). Desde la izquierda pienso que no
hemos de reivindicar estos lazos perdidos y muchas veces idealizados
sino que hemos de plantear dar una orientación diferente a la
globalización, alternativa a la lógica devastadora del capitalismo. Éste
podemos considerarlo como la máxima tecnología al servicio de la
acumulación constante de capital. Hemos de reivindicar una racionalidad
práctica orientada hacia la felicidad colectiva. En esta sociedad
globalizada hemos de transformar esta dinámica en una concepción
cosmopolita que busque una identidad social no basada en una
identificación cultural sino en un proyecto común democrático basado en
el respeto al otro. Pero el respeto es el esfuerzo por compartir,
conversar y conseguir una vida digna para todos. Proceso que no podemos
sostener si no es sobre la base de algo que nos une. Porque no olvidemos
que este encuentro con el otro sólo es posible a partir de la afinidad y
no de la diferencia. No se trata de buscar la uniformidad sino lo
común.
Las
identidades culturales deben servir, y esto nunca deben olvidarlo las
izquierdas, para ocultar o diluir otras identidades mucho más objetivas
como la de la clase social. Cuando en EEUU se habla de “voto latino” o
de “voto negro”, aún recogiendo un estatus real, que puede ser una
discriminación con respecto a la mayoría blanca anglosajona, se está
ocultando la identidad de clase que puede haber entre un obrero blanco,
negro y chicano, los intereses comunes que se derivan de ello y las
consecuencias políticas que implican.
No
contrapongamos la libertad de los antiguos, la de la participación
política, con la de los modernos, la personal. Porque la lógica del
capitalismo se las carga a las dos, que son la garantía de la felicidad
personal y colectiva.
Pero no nos engañemos, frente al mercado cosmopolita hacen falta formas de gobierno cosmopolita. Solo estas formas podrán combatir los graves porblemas globales que padecemos, financieros, económicos y ambientales.
Pero no nos engañemos, frente al mercado cosmopolita hacen falta formas de gobierno cosmopolita. Solo estas formas podrán combatir los graves porblemas globales que padecemos, financieros, económicos y ambientales.
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