Escrito por Luis Roca Jusmet
La originalidad
política de la democracia aparece en ese doble fenómeno: un poder
llamado en lo sucesivo a permanecer en busca de su propio fundamento
porque la ley y el poder ya no están incorporados en la persona de
quien o quienes lo ejercen; una sociedad que acoge el conflicto de
opiniones y el debate sobre los derechos, pues se han disuelto los
referentes de la certeza que permitían a los hombres situarse en
forma determinada los unos con respecto a los otros
Claude Lefort
Para Claude Lefort lo
democrático se basa en la incertidumbre, en la indeterminación, en
el debate sobre su propio fundamento, en la discusión sobre la
garantías. El totalitarismo se basa en la certeza de los
fundamentos, que es una ilusión del imaginario. Es la identificación
con el Uno. Es como una servidumbre voluntaria a nuestro propio
tirano interno. Es un encantamiento, el de la sociedad y el Estado
como Cuerpo Único. El auge del totalitarismo, tanto en su vertiente
fascista como en su variante comunista, nos coloca, según Lefort, en
la necesidad de volver a interrogar
a
lo político, en este caso a la democracia. Preguntar por la
democracia implica explicitar los principios generadores de una forma
de sociedad que muestra como es capaz de articular sus divisiones. La
democracia no puede ser reducida a una forma de gobierno o de Estado,
o a un mecanismo para la toma de decisiones por parte de la mayoría
de los ciudadanos, sino es, ante todo, una forma
de sociedad,.
Continuamos con el paralelismo con Castoriadis, que dice que la
democracia es un régimen político y no un procedimiento formal.
En la democracia el
lugar del poder se muestra como un lugar vacío. Vacío en el sentido
que no puede ser ocupado por nadie que pueda ser Gran Juez o del Gran
Mediador. El lugar del poder es puramente simbólico.
Simultáneamente, se inaugura una lógica de clara separación de las
esferas del poder, del saber y de la ley. El saber es entonces
siempre cuestionable : no hay certeza, no hay garantías. Es la
discusión, la argumentación, la palabra la que busca las garantías
sin acabar nunca de fundamentarlas : siempre son cuestionables y
provisionales. Derecho y saber son heterogéneos se afirman frente
al poder con una exterioridad clara. Vacío es el lugar del poder,
que se presta a una dinámica de competencia y crítica que habilita
la legitimación del conflicto en todas las dimensiones de la vida
social.
La
república democrática es la institución es la que se ocupa de
resolver el conflicto entre dos deseos: el de dominar y el de no ser
dominado. La república e superior a los otros regímenes porque se
presta al movimiento, al cambio. Obtiene la estabilidad a partir de
un equilibrio de la inestabilidad, no a partir de su eliminación. La
República frena el deseo de dominación de unos dando salida al
deseo de no dominación de los otros. Pero siempre hay dominación,
lo que ocurre es que la República le pone freno a través de la ley.
Esta es la paradoja republicana : pone freno al deseo de dominación
limitando la libertad para salvaguardarla: limita la libertad de unos
para defender la libertad de todos. Siempre hay dominio pero en una
sociedad libre el hombre no está sometido al hombre sino a la ley.
En la democracia no hay un poder legítimo, lo único que es legítimo
es la discusión sobre el poder. En una democracia no hay juez, la
justicia se debate en un espacio público que necesariamente ha de
existir.
El
totalitarismo y la democracia son los dos modos antagónicos de
articular el régimen político en la modernidad. En el primero, la
sociedad se organiza en torno a la negación de la división y de la
indeterminación. En el segundo, la sociedad se articula en función
del reconocimiento, aunque sea implícito, de ambas. La sociedad
democrática, plantea Lefort, se propone pensar sin garantías
últimas. De esta manera es capaz de sostener la indeterminación.
Esta es su alternativa, tanto teórica como práctica, tanto
filosófica como política. Se trata de apostar por la libertad
contra cualquier forma servidumbre, voluntaria o involuntaria.
Desde
la
experiencia democrática puede entenderse mejor el fenómeno
totalitario. El punto de partida es la afirmación del carácter
originario e irreductible de la división social: este es el
fundamento de la sociedad política. La Tradición, que era una
manera de clausurar esta división, se disuelve en la modernidad y se
abre un horizonte de incertidumbre. El totalitarismo es ni más ni
menos que la negación de esta incertidumbre. El totalitarismo sólo
puede aparecer en el mundo moderno, pero no únicamente porque es un
mundo que ha sido transformado por la Revolución Industrial y que
dispone de técniccuerpo colectivo, el grupo
de los militantes fusionados unos con otros, y un cuerpo de ideas, un
dogma. El que los militantes sean creyentes es un hecho seguro, pero
sólo lo son en la medida en que creen todos juntos; donde para cada
uno, el Yo se pierde en el Nosotros. Una vez que el partido está en
el poder, el principio de la organización se difunde a toda la
sociedad. Por supuesto, no es posible obtener la disciplina
característica del Partido en todo el conjunto de la población. No
obstante, en cada sector de actividad, se exhorta a los individuos a
ajustarse unos a otros, a considerarse como los agentes de un
aparato. Este espectáculo de una sociedad completamente consagrada a
la organización es, precisamente, el que inspira a Arendt para
plantear la idea de una dominación desde el interior, es decir, una
dominación de tal naturaleza que aquellos que la padecen se prestan
a integrarse en un sistema que justifica la violencia del poder. En
toda de la sociedad vemos surgir grupos que tienen la propiedad de
representar una especie de cuerpo cuyos miembros están regidos por
un mismo fin: sindicatos profesionales, movimientos de jóvenes,
agrupaciones culturales o deportivas, uniones de escritores o de
artistas, academias de ciencias, asociaciones de todo tipo, que están
controladas por el Partido. Al considerar esta inmensa red de
organismos en los que están atrapados los ciudadanos, se mide la
novedad y la amplitud de la empresa totalitaria. Es la fuerza que
proporciona el hecho de pertenecer a una comunidad que forma un solo
bloque, que ofrece la imagen del Uno. ¿Acaso no podemos añadir que,
por medio de estas múltiples incorporaciones, se impone la creencia
en la gran comunidad del pueblo, la cual se refleja en el cuerpo
visible del dirigente supremo? Me inclino a pensar que, en lo más
profundo, la imagen del cuerpo es la que mantiene la fe en el Uno.
Mientras que la organización puede ser objeto de discurso, y
celebrarse su videra que esta
filósofa a solo advierte alguno de sus aspectos, como es el de la
dominación total sobre la base del terror y de la ideología. Se
olvida lo que el totalitarismo tiene de más específico, que es la
creación del pueblo-Uno
a través de una identificación imaginaria absoluta. Los individuos
se incorporan absolutamente a un colectivo que se incorpora
absolutamente al
pueblo-Uno,
son un
solo Cuerpo.
Es una identificación, una captura del sujeto por la imagen.
Aparece una comunidad homogénea que diluye las diferencia, las
elimina. No hay división aceptada y por tanto cualquier disidencia
es criminalizada. Es la fantasía del
pueblo-Uno,
la búsqueda de una unidad sustancial, de un cuerpo unido a su propia
cabeza. Hay una especie de paradoja en la que coexisten dos
representaciones contradictorias en esta imagen corporal : por una
parte es un cuerpo mecánico y por otra es un cuerpo vivo, orgánico.
El totalitarismo ha sido posible,como la democracia, por una ruptura
radical con el pasado, con la Tradición. Lefort sostiene que en el
modelo Teológico-político del Antiguo Régimen se da una
representación imaginaria de lo simbólico. Es la imagen del cuerpo
del Rey
la que opera como sustancia de la sociedad. En el totalitarismo es el
cuerpo del pueblo-Uno
el
que ocupa el lugar del poder. El pueblo-Uno
que
es el partido y el partido que es el líder.
Éste obtiene la sumisión a la omnipotencia de un dirigente supremo
y, al mismo tiempo, la participación activa de una gran parte de la
población en la realización de sus acciones. El nazismo y el
comunismo, que se beneficiaron de semejante devoción, de tal
resolución, por parte de muchos de los que se sometían a ella, de
darle todo, incluyendo su vida, al poder.
La clave por la
cual la izquierda no puede teorizar sobre el totalitarismo es que
éste es un concepto político y la izquierda es incapaz de pensar en
estos términos. Un análisis político implica una serie de
reflexiones que la izquierda no es capaz de plantear. En primer lugar
sobre la naturaleza de la división instituida entre sociedad civil;
en segundo lugar, y relacionada con la anterior, el desarrollo de la
distinción histórica entre poder político y poder administrativo.
Lefort
descubre en los cimientos del totalitarismo la representación del
Pueblo-Uno;
describe un régimen
que
pretende negar que la división sea constitutiva de la sociedad. Allí
se produce una lógica de la identificación, dirigida por un poder
absoluto entre el pueblo, el partido y el líder, mientras que se
extiende la representación de una sociedad homogénea y
transparente, sin fisuras internas. Pretendiendo apropiarse de los
principios y los fines últimos de la vida social, destruyendo la
división entre sociedad civil y Estado, el poder se afirma como
poder puramente social, aspirando a condensar en un mismo polo las
esferas del poder, del conocimiento y de la ley. El desconocimiento
de la división, la anulación de la distancia en todas las esferas
de la vida social, da forma a una dinámica que entiende la alteridad
como algo a eliminar.
El totalitarismo
es la negación de los dispositivos simbólicos de la democracia. Es
La inversión de la aceptación de la división social, del conflicto
y de la heterogeneidad social. En el fondo, lo que se aprecia en el
totalitarismo es una tentativa de apropiación por parte del poder de
lo que es la ley, el conocimiento de los principios y de los fines
últimos de la vida social. El poder es el Partido, agente de la
fusión entre el Estado y el pueblo. Claude Lefort no comparte el
optimismo de aquellos que afirman que el totalitarismo ya fue
depositado por la democracia en el basurero de la historia. Desde su
mirada, la democracia moderna no ha encontrado en el presente ni
puede encontrar en el futuro la vacuna contra el virus totalitario.
Siempre que la incertidumbre que activa la sociedad democrática
deviene insoportable por razones políticas, económicas o sociales
aparece en el horizonte. Siempre que el deseo de pensamiento es
sustituido por una exigencia desmesurada de creencia, aparece el
fantasma totalitario. Nada sencillo resulta vivir en una forma de
sociedad en donde no existen garantías últimas sobre el sentido del
poder, el derecho y el saber sino todo está sujeto a una invención
permanente. Aparece entonces
un partido que rompe con todas las demás formaciones políticas, se
libera del marco de la legalidad y se fija como objetivo la conquista
del Estado y una vez conseguido, la fusión entre ambos.
El totalitarismo es una forma política, como la democracia, de la
modernidad. Ciertamente, muchas de las bases institucionales o de los
rasgos empíricos del régimen comunista han desaparecido, cambiado o
perdido mucho de su identidad original. Con la caída del Muro de
Berlín en 1989 y la desintegración y posterior desaparición de la
Unión Soviética a principios de los noventa, el totalitarismo
pareciera haber recibido un golpe mortal. Sin embargo, las cosas no
son tan sencillas como aparentan a primera vista. En efecto, si nos
detenemos en este nivel de la reflexión, corremos el riesgo de
confundir o mezclar dos dimensiones de análisis que Lefort se ha
preocupado en diferenciar. Por una parte el dispositivo institucional
y por otra el dispositivo simbólico de los regímenes políticos
modernos . Es la diferencia que existe entre el desarrollo de facto
de las sociedades democráticas o totalitarias y los principios que
le han dado sentido a esas sociedades. En la obra de Lefort el
análisis crítico de las representaciones simbólicas (lo
instituyente) tiene un estatuto propio y es tan importante como el
análisis de las bases institucionales (lo instituido).No desapareció
definitivamente de la faz de la tierra por el simple hecho de que
murió el nazismo y desapareció el comunismo soviético. Por el
contrario, el fantasma del totalitarismo continúa interpelando a las
sociedades contemporáneas, porque las representaciones simbólicas
que le dieron sentido y proyección histórica a ese régimen
político continúan seduciendo el imaginario colectivo.
En cualquier momento, como advirtió magistralmente Alexis de
Tocqueville, el deseo de libertad que alimenta a la democracia puede
mutar en deseo de servidumbre. La democracia debe renovarse, debe
inventarse a sí misma de manera constante o el riesgo de retroceder
al totalitarismo es inevitable. Pero la democracia no puede ser
vista en ningún momento, en clave lefortiana, como una estación de
paso necesaria para pasar al totalitaria. Si así fuera, estaríamos
dándole a una democracia degradada el papel de causa y al
totalitarismo el de efecto. Para Lefort, las relaciones causa-efecto
pierden toda validez en el orden de lo simbólico, donde el mundo de
las significaciones es mucho más complejo.. Esto no quita que la
democracia tenga el camino posible de caer en las redes de la
“servidumbre voluntaria” (Etienne De la Boétie). Cuando crece la
inseguridad de los individuos –como consecuencia, por ejemplo, de
una crisis económica o de una guerra civil-, cuando el conflicto
entre los grupos, las clases, las etnias o las nacionalidades se
polariza hasta el extremo se están dando las condiciones posibles
para la aparición del totalitarismo. Pero para que esta condición
sea suficiente hace falta también que no encuentre una resolución
simbólica y provisional en la esfera política. Esto ocurre cuando
el poder democrático pierde credibilidad y se muestra dentro de la
sociedad como un instrumento al servicio de unos pocos. Cuando la
búsqueda dialogante y provisional de la verdad es sustituida por la
Verdad revelada por Dios, la Historia o la Naturaleza. Cuando todos
estos factores convergen se dan todas las condiciones para la
aparición del totalitarismo. El espectacular éxito electoral de
Amanecer dorado en las elecciones griegas de mayo del 2012 son una
buena muestra de ello.
El régimen
comunista requiere una atención particular para Lefort por dos
razones. La primera es que el terror se ejerció, en gran medida,
sobre una masa de gente ordinaria, que obedecía las órdenes
recibidas, es decir que las víctimas no eran diferentes de los
verdugos por dos razones.
El modelo del Partido bolchevique resulta particularmente instructivo
porque se acompaña de una ideología mucho mejor articulada que la
del nazismo. La ideología se inserta en una organización que se
caracteriza por la estricta disciplina que se impone a sus miembros.
Sus principios son muy conocidos: división del trabajo
revolucionario, profesionalización de la militancia, exigencia de
dedicación incondicional de cada uno a la causa del Partido. La
organización tiende a encontrar en sí misma su propio fin, en razón
de su identificación con el proletariado. En su interior, se opera
un proceso de identificación del militante con el dirigente supremo.
El Partido no se reduce, como se ha supuesto, a la función de un
instrumento al servicio de la aplicación de una doctrina. La
doctrina se modela conforme al imperativo de una absoluta unidad del
Partido. Fuera de sus fronteras no existe la verdad.
Fuera de sus filas ninguna participación en la lucha revolucionaria
es posible.
En el estalinismo las víctimas se sometieron a la regla de la
confesión, hasta el punto de renunciar a su inocencia: ejemplo
extremo de la servidumbre voluntaria. La segunda razón es que esta
servidumbre estuvo acompañada, entre los militantes comunistas, de
una movilización de la inteligencia, de una extraordinaria
proliferación de argumentos sofísticos. El marxismo se encuentra
depurado, liberado de cualquier elemento de incertidumbre. Su
enseñanza está circunscrita al seguimiento de la escolástica
marxista-leninista: Marx, Engels, Lenin ( y Stalin, o Trostsky o
Mao). De este modo, se van combinando un cuerpo colectivo, el grupo
de los militantes fusionados unos con otros, y un cuerpo de ideas, un
dogma. El que los militantes sean creyentes es un hecho seguro, pero
sólo lo son en la medida en que creen todos juntos; donde para cada
uno, el Yo se pierde en el Nosotros. Una vez que el partido está en
el poder, el principio de la organización se difunde a toda la
sociedad. Por supuesto, no es posible obtener la disciplina
característica del Partido en todo el conjunto de la población. No
obstante, en cada sector de actividad, se exhorta a los individuos a
ajustarse unos a otros, a considerarse como los agentes de un
aparato. Este espectáculo de una sociedad completamente consagrada a
la organización es, precisamente, el que inspira a Arendt para
plantear la idea de una dominación desde el interior, es decir, una
dominación de tal naturaleza que aquellos que la padecen se prestan
a integrarse en un sistema que justifica la violencia del poder. En
toda de la sociedad vemos surgir grupos que tienen la propiedad de
representar una especie de cuerpo cuyos miembros están regidos por
un mismo fin: sindicatos profesionales, movimientos de jóvenes,
agrupaciones culturales o deportivas, uniones de escritores o de
artistas, academias de ciencias, asociaciones de todo tipo, que están
controladas por el Partido. Al considerar esta inmensa red de
organismos en los que están atrapados los ciudadanos, se mide la
novedad y la amplitud de la empresa totalitaria. Es la fuerza que
proporciona el hecho de pertenecer a una comunidad que forma un solo
bloque, que ofrece la imagen del Uno. ¿Acaso no podemos añadir que,
por medio de estas múltiples incorporaciones, se impone la creencia
en la gran comunidad del pueblo, la cual se refleja en el cuerpo
visible del dirigente supremo? Me inclino a pensar que, en lo más
profundo, la imagen del cuerpo es la que mantiene la fe en el Uno.
Mientras que la organización puede ser objeto de discurso, y
celebrarse su virtud, la imagen del cuerpo se ancla en el
inconsciente, su eficacia simplemente es más fuerte; persiste aun
cuando la organización se haya estropeado. Entonces, ¿cómo no
admitir que la negación a pensar se encuentra en el corazón del
sistema totalitario? En este sistema, pensar consistiría en aceptar
el riesgo de sentirse excluido de la comunidad. Evidentemente, este
miedo a la exclusión quiere suscitar la renuncia a pensar.
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