Escrito por Luis Roca Jusmet
El tema del cosmopolitismo me parece fundamental, entre otras razones porque los poderes reales del Gran Capital y su entorno tecnoburocrático son globales. hay dos libros que me parece interesante comentar. Pero también porque creo que hay que contraponer un universalismo intercultural al universalismo europeo o a su complemento, que es el multiculturalismo.
El primer libro se llama Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños ( Katz, 2007) . Su autor se llama Kwame Anthony Appiah plantea cuestiones ético-culturales muy interesantes, aunque su limitación es que no enmarca su análisis ni su propuesta ética en un contexto económico y en un proyecto político, con lo cual se diluye en una coordenadas demasiados abstractas.De entrada su propuesta de sustituir el término multiculturalismo por el de cosmopolitismo me parece muy acertada, con todos los matices conceptuales que supone, el principal de los cuales es la de ir un universalismo ciudadano que, sin renunciar a las propias raíces culturales, las supere en un horizonte común. Él mismo, Appiah, londinense de origen africano con una sólida cultura universalista es un buen ejemplo del cosmopolitismo que defiende.
La primera idea sensata que formula y que vale la pena recoger es que la convivencia y el respeto hay que plantearlos en términos de prácticas sociales compartidas y no de valores. Me parece bien que cuestionemos este eterno discurso de los valores que, más allá de las buenas intenciones, me parece poco fecundo y poco operativo. Los valores son plurales y no es aquí donde radica el problema sino en nuestra actitud y nuestra conducta con respecto al otro.
Podemos tener valores diferentes, podemos interpretarlos de manera diferente o podemos tener una jerarquía diferente compartiendo los mismos valores. Pero de lo que se trata no es de ponerse de acuerdo con el otro sino de aprender a convivir a él. Y para ello hacen falta dos cosas : llegar a acuerdos prácticos con el otro y aprender a conversar con él. Está bien en esta perspectiva la defensa que hace Appiah de la conversación, entendida simplemente como una escucha del otro : aceptar al otro y aprender a convivir con él, respetándolo en unas reglas del juego comunes. El universalismo debe pasar por aquí y no por un intento de buscar valores uniformes que conduce siempre a querer imponer una religión o una ideología. El sectarismo, nos dice el autor, es incluso más peligroso que la xenofobia o el racismo. Hay que responsabilizarse de todo lo humano y entender que en todas partes hay algo de verdad y en ninguna está toda. Pero esto no quiere decir que tengamos que defender el relativismo cultural o multiculturalismo, que hay que criticar conjuntamente a la ontología que lo sostiene que es la del positivismo. Así como en su momento ya Quine criticó el dogma positivista de situar la lógica por una lado y los hechos por el otro; ahora Appiah critica el otro dogma de separar radicalmente los hechos por un lado y los valores por el otro. Considerar que las proposiciones obre hechos son verdaderos o falsos y las proposiciones éticas son sólo formulaciones sobre deseos o preferencias subjetivas. Para el autor lo que hace el positivismo es llevar demasiado lejos la crítica de Hume a la falacia naturalista de considerar que los hechos son naturalmente buenos o malos. La crítica a esta división empieza por buen camino al señalar la posibilidad de un sustrato común moral independiente de creencias culturales y una relativización de lo que es un hecho en la medida en que siempre se interpreta desde un marco conceptual. Pero estas apreciaciones, que pienso que lo que hacen es matizar la separación entre un hecho y un valor no pueden conducir, como pretende el autor, a negar su diferencia. quiere convertirlas en un cuestionamiento de esta diferencia que piensos que no acaba de sostenerse sin forzar excesivamente la argumentación, que es lo que creo que hace. Me parece muy bien, por otra parte, la crítica a la noción multiculturalista de tolerancia, porque lo que necesitamos es respeto mutuo, no ser tolerantes con el otro.
El arte y la cultura, nos plantea en una propuesta muy válida, deben considerarse un patrimonio de la Humanidad, no de un determinado pueblo. Aquí considera Appiah que se ha cometido un error al reconocer “el patrimonio cultural de los pueblos”. Más allá de la bienintencionada defensa de los pueblos indígenas se está aplicando el criterio capitalista de la propiedad a algo que es, que debe ser común. Si una tribu puede reivindicar “la herencia de los ancestros” también pude hacerlo una nación. Ya sabemos que ésta se basa en gran medida en vínculos imaginarios: todo está mezclado, aunque ahora sea más evidente que nunca.
Otro tema también interesante es la plantear la ética con los extraños que debe comportar el cosmopolitismo, que tampoco hemos de plantear como absoluta porque entonces deberíamos elegir entre el altruismo y el egoismo. Y de lo que se trata, plantea el autor, es de buscar un equilibrio que lo haga posible sin tener que escoger entre ser un santo o un cínico. Sigue aquí la linea ética anglosajona de David Hume o de John Stuart Mill que, como mínimo, merece ser considerada. Pero el gran error de Appiah es, que como he dicho al principio, no sitúa mínimamente el tema en las coordenadas socioeconómicas del capitalismo ni situa su propuesta en un proyecto político claro. Esto hace que críticas que plantea a acciones voluntaristas que resultan poco eficientes queden en el aire, sin poder articularse en opciones prácticas.
El libro está bien escrito, se lee con fluidez y plantea cuestiones que sin ser muy originales suponen una aportación personal a considerar. Ni más ni menos, pero contando con la limitación que he señalado al principio : no hay ética social sin propuesta política.
El primer libro se llama Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños ( Katz, 2007) . Su autor se llama Kwame Anthony Appiah plantea cuestiones ético-culturales muy interesantes, aunque su limitación es que no enmarca su análisis ni su propuesta ética en un contexto económico y en un proyecto político, con lo cual se diluye en una coordenadas demasiados abstractas.De entrada su propuesta de sustituir el término multiculturalismo por el de cosmopolitismo me parece muy acertada, con todos los matices conceptuales que supone, el principal de los cuales es la de ir un universalismo ciudadano que, sin renunciar a las propias raíces culturales, las supere en un horizonte común. Él mismo, Appiah, londinense de origen africano con una sólida cultura universalista es un buen ejemplo del cosmopolitismo que defiende.
La primera idea sensata que formula y que vale la pena recoger es que la convivencia y el respeto hay que plantearlos en términos de prácticas sociales compartidas y no de valores. Me parece bien que cuestionemos este eterno discurso de los valores que, más allá de las buenas intenciones, me parece poco fecundo y poco operativo. Los valores son plurales y no es aquí donde radica el problema sino en nuestra actitud y nuestra conducta con respecto al otro.
Podemos tener valores diferentes, podemos interpretarlos de manera diferente o podemos tener una jerarquía diferente compartiendo los mismos valores. Pero de lo que se trata no es de ponerse de acuerdo con el otro sino de aprender a convivir a él. Y para ello hacen falta dos cosas : llegar a acuerdos prácticos con el otro y aprender a conversar con él. Está bien en esta perspectiva la defensa que hace Appiah de la conversación, entendida simplemente como una escucha del otro : aceptar al otro y aprender a convivir con él, respetándolo en unas reglas del juego comunes. El universalismo debe pasar por aquí y no por un intento de buscar valores uniformes que conduce siempre a querer imponer una religión o una ideología. El sectarismo, nos dice el autor, es incluso más peligroso que la xenofobia o el racismo. Hay que responsabilizarse de todo lo humano y entender que en todas partes hay algo de verdad y en ninguna está toda. Pero esto no quiere decir que tengamos que defender el relativismo cultural o multiculturalismo, que hay que criticar conjuntamente a la ontología que lo sostiene que es la del positivismo. Así como en su momento ya Quine criticó el dogma positivista de situar la lógica por una lado y los hechos por el otro; ahora Appiah critica el otro dogma de separar radicalmente los hechos por un lado y los valores por el otro. Considerar que las proposiciones obre hechos son verdaderos o falsos y las proposiciones éticas son sólo formulaciones sobre deseos o preferencias subjetivas. Para el autor lo que hace el positivismo es llevar demasiado lejos la crítica de Hume a la falacia naturalista de considerar que los hechos son naturalmente buenos o malos. La crítica a esta división empieza por buen camino al señalar la posibilidad de un sustrato común moral independiente de creencias culturales y una relativización de lo que es un hecho en la medida en que siempre se interpreta desde un marco conceptual. Pero estas apreciaciones, que pienso que lo que hacen es matizar la separación entre un hecho y un valor no pueden conducir, como pretende el autor, a negar su diferencia. quiere convertirlas en un cuestionamiento de esta diferencia que piensos que no acaba de sostenerse sin forzar excesivamente la argumentación, que es lo que creo que hace. Me parece muy bien, por otra parte, la crítica a la noción multiculturalista de tolerancia, porque lo que necesitamos es respeto mutuo, no ser tolerantes con el otro.
El arte y la cultura, nos plantea en una propuesta muy válida, deben considerarse un patrimonio de la Humanidad, no de un determinado pueblo. Aquí considera Appiah que se ha cometido un error al reconocer “el patrimonio cultural de los pueblos”. Más allá de la bienintencionada defensa de los pueblos indígenas se está aplicando el criterio capitalista de la propiedad a algo que es, que debe ser común. Si una tribu puede reivindicar “la herencia de los ancestros” también pude hacerlo una nación. Ya sabemos que ésta se basa en gran medida en vínculos imaginarios: todo está mezclado, aunque ahora sea más evidente que nunca.
Otro tema también interesante es la plantear la ética con los extraños que debe comportar el cosmopolitismo, que tampoco hemos de plantear como absoluta porque entonces deberíamos elegir entre el altruismo y el egoismo. Y de lo que se trata, plantea el autor, es de buscar un equilibrio que lo haga posible sin tener que escoger entre ser un santo o un cínico. Sigue aquí la linea ética anglosajona de David Hume o de John Stuart Mill que, como mínimo, merece ser considerada. Pero el gran error de Appiah es, que como he dicho al principio, no sitúa mínimamente el tema en las coordenadas socioeconómicas del capitalismo ni situa su propuesta en un proyecto político claro. Esto hace que críticas que plantea a acciones voluntaristas que resultan poco eficientes queden en el aire, sin poder articularse en opciones prácticas.
El libro está bien escrito, se lee con fluidez y plantea cuestiones que sin ser muy originales suponen una aportación personal a considerar. Ni más ni menos, pero contando con la limitación que he señalado al principio : no hay ética social sin propuesta política.
El otro libro
es riguroso y está bien escrito: Cosmopolitismo. Ideales y realidades ( Alianza editorial, 2012). Su autor, David Held, plantea unas propuestas elaboradas y claras
a los problemas globales que estamos padeciendo. Ahora bien, creo que
el libro arrastra un defecto de análisis por la falta de un marco
teórico que sitúe el sistema capitalista en la base de los
problemas que analiza. Me parece que son científicos sociales como
Immanuel Wallerstein, al que el autor no cita, los que pueden
hacerlo. Como Held no contempla que estamos en un sistema global que
es la Economía-Mundo Capitalismo, con una lógica de acumulación de
capital y con unos Estados que la posibilita, le resulta imposible
encontrar la raíz de los problemas. Al mismo tiempo hay poca
radicalidad en la crítica a las instituciones, que hace que sus
propuestas puedan parecer ingenuas. Es el problema de las influencia
de las teorías del consenso de Habermas o de Rawls. El autor habla,
como ellos, agentes racionales que a través de la deliberación
pueden llegar a acuerdos que nos beneficien a todos. Pero existen
grupos de poder que quieren mantener sus privilegios y no los cederán
si no es a la fuerza. Existen también pasiones de todo tipo que
mueven a los humanos más que las razones. Existen los conflictos y
hay que negociar y a veces luchar para ganar o perder. Todos los
procedimientos formales que nos propone David Held son excesivamente
ideales. Esto no quita que no valga la pena buscar elementos
aceptables desde una razón común. Pero son políticos más que
morales. Me parece que la democracia como consulta
amplia, vinculante y protegida, por seguir una definición moderada
de Charles Tilly, y como garantía universal de derechos sería un
buen punto de partida. La Declaración Universal de los Derechos
Humanos sería un documento-base provisional y mejorable. Pero es una
apuesta política que no todos seguirán y con argumentos
difícilmente lo conseguiremos, por lo menos en bastantes casos. Como
dice Chantal Mouffé la democracia convierte los enemigos en
adversarios. Esperemos que así sea.
El libro, de todas
maneras, defiende certeramente el cosmopolitismo como única salida a
la crisis. Me parece innegable. Los mercados son universales y
también lo son las 1000 empresas que en buena parte lo controlan.
Igualmente lo son el FMI, el Banco Mundial y la OMC. También las
reuniones secretas que a diferentes niveles celebran anualmente los
poderosos del mundo. Lo que puede hacer un Estado-nación es
limitado. Held señala tres grandes problemas : el financiero, el
cambio climático y la seguridad. El problema de la seguridad es uno
de los que la izquierda no ha tratado a fondo. ¿ Cual es el papel de
los ejércitos en un mundo globalizado ? . Held nos da buenas pistas.
Lo mismo con el cambio climático, aunque el problema de la
sostenibilidad sea más amplio. La tasa Tobin, la regulación del
mercado, la eliminación de los paraísos fiscales, la lucha contra
el blanqueo de dinero de las mafias... todo esto no puede hacerlo un
solo país. En definitiva, que solo ha partir con la intervención de
poderes internacionales la política dominará la economía y
podremos romper la lógica del capitalismo. Quizás es solo una
propuesta socialdemócrata frente a la liberal, como dice Held, pero
ya es mucho si se es realmente consecuente. Aunque insisto que hay
que ir más lejos que los análisis que hace el autor del libro.
David Held señala dos
cuestiones básicas para estos poderes : capacidad y responsabilidad.
Debe tener poder y debe dar cuentas de lo que hace. Es igualmente
útil la crítica que hace a la ineficacia de los organismos
internacionales realmente existentes, entre otras cosas por la falta
de lo anterior y también por la superposición de funciones. La ONU
podría ser un punto de partida si es reformada radicalmente en su
funcionamiento antidemocrático y en su burocratización. Y sí se le
da una capacidad que hoy no tiene y asume la responsabilidad que le
correspondería por ello. Estos poderes cosmopolitas han de ser
resultado, dice correctamente, no de una estructura jerárquica sino
de redes que se van tejiendo a partir de poderes democráticos. De
todas maneras las críticas a la política de los EEUU me parece muy
suave. Aunque cuestiona su política de seguridad lo hace de una
manera muy conciliadora. Me parece además muy parcial que hable del
fundamentalismo religioso refiriéndose únicamente al islámico y no
al del judaísmo o del evangelismo.
El libro es muy
aprovechable y sus propuestas son interesantes, por lo que tienen de
concretas y de posibles. Me parece una reflexión del mismo estilo
que la de Tim Jackson en su estudio Prosperidad sin crecimiento.
Son análisis serios, con
propuestas realistas, en una línea reformista que puede dar a la
socialdemocracia la dignidad de la que hablaba el malogrado Tony
Judt. Si los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas de
Europa quieren dar propuestas alternativas al neoliberalismo pueden
hacerlo. Y Europa, a pesar de todo, sigue siendo un referente posible
para iniciar el camino de este cosmopolitismo deseable.
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