viernes, 16 de agosto de 2019

EL GOCE EN LA MORAL Y EN LA POlÏTICA

 Resultat d'imatges de zizek

Luis Roca Jusmet,

 ( publicado en el número 2 de Differenz, Revista Internacional de Estudios Heideggerianos y sus derivas contemporáneas.) 
  A partir de la lectura crítica de articulo (“El malestar de la democracia formal”) de la tercera parte (“Fantasía, burocracia, democracia”) del libro de Slavoj Žižek Mirando al sesgo. Jacques Lacan a partr de la cultura popular, quiero plantear una serie de problemáticas relacionados con la étca, la moral y la política contemporáneas. En primer lugar voy a explicar lo que entiendo por cada una de los tres conceptos. Mantengo la diferencia conceptual entre ética y moral, aunque para algunos se confunden los dos términos o se considera que el primero es lo que estudia el segunda. Me parece que hay que entender la ética como un arte de vivir, como la práctica singular de la libertad. La moral es lo que nos hace salir de nosotros y nos obliga respecto a los otros. Implica, por tanto, un altruismo, un salir de uno mismo. La política es el tercer aspecto que nos lleva a construir lo público con los otros.  Para seguir el planteamiento de Žižek vamos a explicar los conceptos básicos, estrictamente lacanianos, Empezamos por la noción de pulsión. Es el más allá del principio del placer (búsqueda hemostática de la satsfacción) y de realidad (adaptarse a las circunstancias, a las exigencia) que sería el interés. Es el exceso vital, tanto la sexual como la de muerte (paradigma de pulsión). La pulsión de muerte no tende al nirvana, al cero, tiende al goce (que es un placer límite ligado a la tensión y, por tanto, al dolor). Es la negatividad de Schelling-Hegel, lo que hace autónomo al ser humano y le lleva más allá de lo adaptativo y del cálculo utlitarista. Podemos entenderla a partr del juicio infinito de Kant, que no es juicio afirmativo ni juicio negatvo. Es, por tanto, la no-vida. La pulsión es resultado de la energía de un instinto descabezado, privado de su objeto natural. Los humanos somos una anomalía, pero no a causa de la socialización y la cultura, ya que estas son las que se ponen en marcha para establecer un nuevo vínculo. Porque el ser humano es extraño a su entorno, está separado de él por su autoconciencia. Es, como decía el Hegel juvenil, la “noche del mundo”. Este ser pulsional se inscribe en el orden simbólico. Se inscribe a través del significante, que será el mediador entre el hombre y el mundo. La palabra es el asesinato de la cosa, pero esta cosa ya estaba perdida, existe solo retroactivamente. Pero para constituir esta identidad simbólica hemos de tomar un punto constitutivo, un lugar, una posición que nos construya como sujetos. Este es el significante-amo, el sujeto a partir del cual constituimos nuestra cadena significante. el sujeto de la enunciación, el sujeto desde el que hablamos. Es el Yo ideal, que adquirimos a partr de la metáfora paterna. Esta la establecemos a partir del significante reprimido, el significante fálico, que es el de la falta. Hablamos de nuestro yo, sujeto del enunciado, que es una identidad imaginaria. La pulsión, en la medida que se identifica con este yo produce un goce narcisista, el del yo ideal. Pero desde el significante-amo se constituye también el superyó, con la energía de la pulsión y que como tal produce un gozo. El Yo ideal es la ley, vacía en sí misma, constituyente. El superyó es la parte oscura, irracional, de esta ley consttuida a través de normas abstractas. Lo que sacrifica el superyó es el deseo y por esto nos sentimos culpables. No es que nos sintamos culpables por no seguir el superyó sino por seguirlos, lo cual explica que contra más rígidos somos más culpables nos sentimos. ¿Qué es este deseo que sacrificamos? Es lo que surge de lo que Lacan llama el objeto “a”, que es el resto que queda la pulsión transformada en demanda de amor. Cuando esto ocurre podemos ligar la pulsión a un significante y por tanto regularla. Quiero decir que entonces queremos algo, algo que nunca cubre nuestra demanda y por tanto el deseo se mantiene. Pero se acepta la castración simbólica que nos permite esta falta desde la que desear y el deseo es, en este sentido, una defensa contra la pulsión no regulada, mortífera, que nos lleva a la destrucción. Cuando podemos transformar el vacío, el agujero en torno al cual gira la pulsión circularmente, en falta, entonces hay deseo y goce regulado.  

LO COMÚN CONTRA EL NEOLIBERALISMO

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El ser neoliberal

Christian Laval y Pierre Dardot. Edición a cargo de Enric Berenguer´

Gedisa : Barcelona, 2018

 Escrito por Luis Roca Jusmet


 Christian Laval y Pierre Dardot son dos potentes pensadores franceses que han profundizado en el neoliberalismo, por un lado, y han intentado abrir nuevos horizontes en la izquierda a partir de la noción de “lo común”. La editorial Gedisa ha publicado varias traducciones de sus libros más representativos: “La nueva razón del mundo”( 2013), “Común” ( 2015), “La pesadilla que no acaba nunca” (2017) y “La sombra de octubre” (2017). En esta ocasión el psicoanalista Enric Berenguer conversa con ellos, que también tienen una cierta influencia de Jacques Lacan, en un diálogo tan inteligente como denso. Después de una sugerente introducción, el psicoanalista lacaniano, les plantea una serie de preguntas. La primera es sobre la noción de post-humano, que supera justamente el presupuesto del discurso científico y del sistema capitalista, que era el del homus economicus. Esta ficción, liberal y utilitarista, se desplaza en el neoliberalismo hacia el hombre empresa. Pero va más allá con la figura del transhumanismo, propio de la neuropolítica. La muerte se plantea como algo superable. Pero en un contexto en que la salud es un capital, una inversión. Aquí se ve la influencia que tuvo Michel Foucault, con su conceptualización de la biopolítica, sobre los autores. Pero lo que hace el neoliberalismo es abrir nuevas formas de subjetividad, de la que muchos se consideran excluidos o simplemente no se identifican con ellas. Es mucho más que una alternativa económica y política. Es una manera de estar en el mundo. El neoliberalismo es una ideología en el sentido más profundo del término: una manera de pensar, de desear, de sentir, de verse a sí mismo y a los otros. Pero una forma de estar en el mundo de la que muchos son excluidos. Por esto aparece como síntoma y reacción el fundamentalismo, tanto el religioso como el nacionalista. Es la manera más simple y negativa de reaccionar contra la globalización neoliberal. Es una opción identitaria que se apoya en valores conservadores, que divide a los afectados por los efectos de este capitalismo depredador y que privatiza los problemas.
 La otra cuestión que plantean Laval y Dardot es la de una renovación del discurso de la izquierda. Lo hacen a partir de la introducción de la noción de “lo común” como algo diferente de lo privado pero también de lo estatal. La izquierda ha sido demasiado estatista y no ha sido capaz de recoger y potenciar una tradición jurídica de lo común diferente de lo estatal. Hay experiencias concretas de gestión de lo común a nivel municipal y en esta línea hay que avanzar. O incluso los Creative commons de propiedad intelectual son un ejemplo de ello.
 Lo cual necesita una revolución cultural muy profunda. Esto lo hizo en los años 70 la derecha con el neoliberalismo. Pasa por la superación del marxismo y de su ideal de una sociedad sin conflictos. La idea de lo común y del derecho vinculado a él puede ser un camino.

SOBRE EL TERRORISMO

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Terrorismo. Una guerra civil global
Donatella Di Cesare
(traducción de Francisco Amella Vela)
Barcelona: Gedisa, 2017

   Escrito por Luis Roca Jusmet

 La filósofa italiana Donatella Di Cesare (Roma,1956) es profesora de filosofía teorética en la Universidad de Roma “La Sapieza” y colaboradora habitual del periódico Il corriere della sera. Comprometida con la acción política (en más de una ocasión ha manifestado que la filosofía, afortunadamente, ha vuelto a la Polis) ha escrito en profundidad sobre temas relacionados con Heidegger y el judaísmo, la deshumanización de la Shoa y la tortura. En este libro se plantea abordar el significado actual del fenómeno terrorista, más específicamente el terrorismo yihadista. Su objetivo, nos dice la propia autora en el prólogo, no es plantear soluciones sino ver todas las perspectivas para abordar un fenómeno extraordinariamente complejo (si huimos de los tópicos, claro) que constituye uno de los grandes peligros de los tiempos actuales. No basta con condenar el terrorismo, hay que entenderlo. Pero para hacerlo hay que dejar muy claro que entenderlo no es justificarlo.
 El primer capítulo trata del terror planetario desde un punto de vista teórico y global. El 11 de septiembre de 2001 se plantea como el punto de partida de “la guerra ilimitada e infinita” que, en algún sentido, puede llamarse una “guerra total”. Es una especie de continuidad de “estados de violencia” que aparecen de manera dispersa. Una Tercera Guerra Mundial no es posible en este escenario: lo que hay es otra cosa, más difuminada pero muy inquietante y que podemos llamar “La Primera Guerra Global”. Un escenario geopolítico cuajado de innumerables conflictos de baja intensidad: teatros de operaciones por tierra, mar y aire desterritorializada que a veces se trasladan a los satélites del espacio interplanetario. Los conflictos están al margen de los enfrentamientos entre Estados y su expresión más feroz es justamente el terrorismo yihadista. La autora señala cómo después del atentado del 22 de septiembre la reflexión filosófico-política se hace desde Europa. Entre los debates apuntados señalo por su interés el de Derrida-Habermas. Es el viejo debate entre considerar el terror como síntoma de la Modernidad o, por el contrario, como regresión antiliustrada y antimoderna. Sugerente también la aportación de Baudrillard en su análisis del acto terrorista como violencia simbólica causada por la hipermodernidad. Analiza también fenómenos terroristas ultraizquierdistas como los de las Brigadas Rojas en Italia o la Fracción del Ejército Rojo en la RFA. La metafísica del atentado no es la de la revolución, aunque también pretenda ser un acto soberano.
 El capítulo segundo trata de “Terror, revolución, soberanía”.  ¿Cómo entender el fenómeno terrorista contemporáneo?  Hay dos líneas de investigación abiertas. Una es la de Walter Laquer, que lo considera una “forma enmascarada de violencia” perpetrada por motivos políticos. La considera demasiado vaga, y peligrosa al incluir a todas las formas de violencia ilegal. Luego tenemos la orientación de Gérard Chaliand que plantea la relatividad del término, en el sentido que el terrorista de ayer puede ser el estadista de hoy. El hilo conductor no puede ser otro que la técnica utilizada. Lo cual cae en el error de centrarse en los medios exclusivamente. Se olvida el objetivo y el destinatario. Nos encontramos con la primera dificultad de una definición, que nos permita un abordaje histórico coherente. De entrada, terrorismo ya es una descalificación que incluso parece condenar la comprensión. Pasa a continuación a unas anotaciones sobre el miedo, la angustia y el terror como sentimientos asociados, pasando por consideraciones de Hobbes, Hegel, Heidegger o Hanna Arendt. Hay un análisis interesante sobre el Terror revolucionario, desmarcándolo del terrorismo contemporáneo, aunque señalando que este no es nihilista. Saltamos al anarquismo para llegar a Lenin, que lo condena políticamente ( no desde el moralismo pequeñoburgués) al considerarlo ineficaz porque sustituye la acción revolucionaria de masas, que por supuesto será violenta para conseguir y mantener el poder soberano. Acaba con una reflexión sobre el análisis de Carl Scmitt sobre la figura del partisano desde su dialéctica del amigo/enemigo. El partisano como figura del combatiente irregular que desvirtúa la guerra legal. El filósofo alemán llega a intuir la figura de un “cosmopartisano” adaptado al frenesí técnico que puede tener una fuerza devastadora.
 En el capítulo tercero ya entra directamente en el tema principal, que es el del terrorismo yihadista, y lo hace en el capítulo que titula “Yihadismo y modernidad”. Lo inicia con un estudio del fenómeno de la radicalización señalando que una hay un nexo claro con el terrorismo yihadista, en el sentido que el primero no conduce necesariamente al segundo. Cita aquí un estudio muy interesante sobre el tema de Frahad Khosrokhavar. Hay toda una sugerente reflexión sobre lo que implica el término “radicalización”.  Entra luego en el tema fundamental de la teología política del neocalifato planetario. Todo un análisis sobre la relación histórica entre teología y política en el islam. Señala especialmente que en el mundo islámico la política no ha estado nunca separada de la religión. Especial interés tiene recordar lo que se abre en el S.XX con la fundación de un Estado laico en un país tradicionalmente islámico, la fundación de la organización Hermanos Musulmanes, la revolución iraní, la toma del poder por los musulmanes en Afganistán. El estado islámico, basado en la sharía, como expresión más estricta del radicalismo islámico. El islamismo que no deja de ser una reacción a la modernidad occidental. Todo un recorrido desde Sayid Qutb, ahorcado en 1966 por Nasser, hasta Osama Bin Landen pasando por Ibn Taimiyya. Aquí la radicalización conduce a una ascesis de regeneración, de renacimiento que promete la salvación eterna. Pero esto ocurre en un contexto tecnológico que posibilita el paso al terrorismo yihadista, que es el de la Red. Aparece el ciberterrorismo, que es la captación a través de la web. Se crea una red en la que la comunidad virtual de la yidah hace libre a cualquiera de sus participantes y les da autorización para pasar al siguiente ataque. Aparece un fenómeno destructivo sin precedentes, que siguiendo a Roberto Expósito podemos llamar la “tannatopolítica yihadista”, que es la figura del terrorista suicida. Son las bombas vivientes del siglo XXi, que no es que acepten el riesgo de morir sino que van a dar el abrazo a la muerte; es el neomártir que se afirma negándose: matando y muriendo. La adhesión a la yidah da sentido a la vida : ofrece dignidad y esperanza, aunque sea más allá de este mundo. Los media clásicos y los nuevos medios se convierten, sin quererlo, en sus propagandistas, lo hacen publicitario, les ayudan a cumplir su objetivo. La esperanza compartida en un mundo mejor se va diluyendo, desvaneciendo. El futuro se presenta terriblemente amenazador. Entre otras cosas porque todos somo víctimas potenciales de estos golpes terroristas. Todos nos volvemos vulnerables.